En 2020, cuando el confinamiento hacía estragos tanto a trabajadores como a empresas, se produjo un aparente cambio estético que transformaría para siempre los cimientos económicos, financieros y de reporting de las grandes compañías españolas: el Código de Buen Gobierno de las Sociedades Cotizadas de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) dejó de usar el término Responsabilidad Social Corporativa y lo sustituyó por el de Sostenibilidad. La RSC había muerto. La RSE jamás heredó el testigo. Y, de pronto, el Impacto Social se había consolidado como el nuevo paradigma.
Ocurrió sin más, como cuando se alcanza la mayoría de edad y, de la noche a la mañana, los derechos y obligaciones se multiplican sin ser aún del todo conscientes de sus implicaciones. En el capítulo de los deberes, las empresas (primero las cotizadas; después, el resto) se han visto progresivamente afectadas en los últimos años por las sucesivas transposiciones de las diferentes directivas europeas en materia de sostenibilidad. Desde la transparencia salarial hasta el nuevo sistema de reporting no financiero, que pretende escrutar más allá del mero ‘compliance’. En cuanto a los derechos, los fondos Next-Gen, con una dotación total de 140.000 millones de euros, representan el mejor ejemplo de oportunidad derivada de la sostenibilidad.
Pero, ¿qué implica exactamente este cambio desde el punto de vista social?
Empecemos por el principio. El impacto social se refiere a las consecuencias que las actividades de una empresa tienen en la sociedad y en el medio ambiente. Es una medida de cómo las organizaciones contribuyen, positiva o negativamente, a la solución de problemas sociales y ambientales. A diferencia de la RSC y la RSE, que pueden enfocarse en mitigar los efectos negativos de las operaciones comerciales, el impacto social busca generar un cambio positivo y tangible en la sociedad.
En esencia, este cambio paradigmático hacia una mayor consideración del impacto social implica una evolución desde un enfoque reactivo a uno proactivo en la gestión empresarial. Las empresas ya no se limitan a cumplir con obligaciones legales o a implementar políticas de sostenibilidad como una forma de mejorar su imagen; en cambio, integran la creación de valor social en el núcleo de su estrategia de negocio.
Por eso, en el tejido empresarial contemporáneo, el concepto de impacto social se ha convertido en una guía para la gestión responsable y la estrategia corporativa hacia horizontes donde la responsabilidad trasciende lo meramente económico… y a las empresas cotizadas. Por ejemplo, según un reciente informe de KPMG, alrededor de 50.000 compañías europeas (un 10% de ellas, españolas) se han visto afectadas por la nueva Directiva sobre Información Corporativa en materia de Sostenibilidad (CSRD, por sus siglas en inglés); una legislación clave a la hora de medir y comunicar el impacto social de cualquier empresa.
Impacto social frente a RSC y RSE
Este punto es clave para entender el creciente interés de las empresas de todos los tamaños por el impacto social. Cabe recordar que la responsabilidad social corporativa ha sido tradicionalmente una herramienta para que las empresas gestionen su impacto en la sociedad de manera ética y sostenible. Sin embargo, la RSC a menudo se ha criticado por su enfoque superficial y por servir como una estrategia de relaciones públicas más que como un compromiso genuino con el cambio social. Y, hoy en día, se percibe más como estrategia de ‘greenwashing’ que como un impacto tangible en la sociedad.
En su obra ‘El nuevo ambiente de responsabilidad social del negocio’, Josep Maria Canyelles i Pastó argumenta que el entorno actual exige un replanteamiento de la RSC hacia modelos que integren el impacto social como un pilar fundamental. Esto significa pasar de la filantropía y las iniciativas aisladas a una visión holística donde el bienestar social y ambiental se convierta en parte integral de la misión y estrategia empresarial.
¿Y por qué no hablamos de RSE? Pues porque, mientras la responsabilidad social empresarial se enfoca en la autorregulación y en cumplir con estándares éticos para mejorar la percepción pública, el impacto social va un paso más allá. Busca crear un valor social medible y directo, a través de productos, servicios o modelos de negocio que solucionen problemas sociales o medioambientales de manera innovadora.
Empresas como Patagonia o Smileat son ejemplos emblemáticos de cómo las organizaciones pueden ser motores de cambio social, al integrar prácticas sostenibles y compromisos éticos en todas sus operaciones. Estas compañías no solo buscan minimizar su huella ambiental, sino que también promueven activamente la justicia social y el bienestar comunitario, en línea con los ODS no estrictamente ambientales, como el 1 (fin de la pobreza), el 3 (salud y bienestar), el 5 (igualdad de género) o el 8 (trabajo decente y crecimiento económico).
Hacia una nueva definición de éxito empresarial
El impacto social implica una redefinición del éxito empresarial, donde la rentabilidad se equilibra con la creación de valor para la sociedad. Esto no solo es beneficioso para el entorno y la comunidad, sino que también puede ser una fuente de innovación y competitividad para las empresas. Y, de hecho, el impacto económico puede representar un fin económico en sí mismo. Por ejemplo, entidades como el Banco Sabadell ya están aplicando una valoración de riesgos que se enfoca no solo en el plano económico como variable, sino también en el punto de vista climático o los riesgos asociados a la transición energética.
José Carlos García de Quevedo, presidente del ICO, va más allá. En un foro económico a principios de año desvelaba la tendencia generalizada entre las entidades financieras y de inversión: “En los próximos años, aquellas inversiones que sean más ‘verdes’ tendrán más plazos, más carencias y más fondos”. Es decir, que la sostenibilidad y la rentabilidad irán de la mano y la ESG se convertirá definitivamente en el principal atractor de inversiones. Quizás, en este punto el único escollo sea la resistencia de las empresas a situar la S (social) y la G (gobernanza) a la misma altura que la E (ambiental).
En este sentido, el impacto social representa una evolución necesaria en la forma en que entendemos y practicamos la responsabilidad corporativa. Superando el marco tradicional de la RSC y la RSE, propone un modelo de negocio centrado en la generación de valor social y ambiental. Este cambio paradigmático no solo es un imperativo ético en el mundo actual, sino también una oportunidad para que las empresas lideren el camino hacia un futuro más justo y sostenible.
Tal vez, el reto estribe en cómo las empresas pueden implementar estrategias de impacto social de manera genuina y efectiva, integrándolas en su ‘core business’ para marcar una diferencia real y tangible. La respuesta a este desafío definirá el rol de las corporaciones en la sociedad del siglo XXI, demostrando que el verdadero éxito empresarial se mide no solo por los beneficios económicos, sino por el bienestar colectivo que es capaz de generar.